martes, 21 de diciembre de 2010

Un preludio

"Nos ocurrió como un cuento basto, en donde las letras solo son enredos en el libro de poemas, estábamos justo al lado, las quimeras se frecuentaban cual vocal en canción y los suspiros se elevaban comprobando cierta teoría”.



Naciste un día en el que la Luna destellaba almas al azar, de ahí, surge lo inevitable con este sol de la noche, eras el vocablo perfecto, consumido, algo purpura para tu edad, pero frecuente para  aquel  deseado evento.  A tu lado lo inmensamente humano te miraba y tu, cual caballero en su caballo, extendías la mano saludando un mundo que habitaba en un gris oscuro.
A unos pocos centímetros luz estaba yo, inhalando permanencia bajo el cielo y rociando olores que impactaban a las flores, te pensaba una  que otra vez sin conocerte, te llamaba con el frio y me recordabas algo ya vivido, así se vino el tiempo y las mayúsculas sonrisas ahogaban el establo de los sueños; me parecía ver destellos entre estrellas e ignoraba el cromatismo de tu alma.
Una noche joven en la que dormías sin poetas divagando, soñaste con un sol quemado, el mismísimo impulso de un fuego tenue, la luz máxima que veías salir entre suspiros; era yo cariño mío; era el olor que aprendí a rociar para caricias, era color ocre convertido en alma, ¿lo recuerdas?
Llegando al vacio del presente, escribiste un relato que consterno el espíritu vivo del universo, y así, con el poder sublime de victorias allegadas, nos encontramos entre musgo claro, con gorriones silbando nuestros pasos y color ocre encima: enalteciendo las ráfagas del alma ausente.
María José Rodríguez 

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